ATARDECER EN LAS COLINAS DE STRUGA, de Leopoldo de Luis




Esa mujer de luz que muere en las colinas
debe de ser mi alma. El frío siento
de la tarde que sube desde el lago
donde se ahoga otra mujer de tiempo.
Mujer de luz, mujer de tiempo: alma
que se confunde en un doble silencio.

Cae la tarde en Struga.
Aquel que vio morir el sol tan lejos
de estas orillas, ¿es acaso el mismo
que se sostiene en mis cansados huesos?

Quizá yo sea del lugar extraño
que emocionadamente ahora contemplo.
Quizá nací en alguna de estas casas
que van ahora ojos de luz abriendo,
y vi a mi madre en la ventana aquella
asomada esperando mi regreso.

No hay tiempo, no hay lugares
ya para mí: todo es un mismo sueño,
todo una misma casa donde alguien
parte el pan y pregunta por el cuervo
de la vida que va cada mañana
dejando los estigmas de su vuelo
y cada tarde va a posarse sobre
la sombra fugitiva de los muertos.

No hay países, no hay patrias:
esta es mi patria tanto como el suelo
en que lloré de niño, como hoy lloro
en brazos de esta tarde, último fuego
de esta única tarde que es la vida
-mujer de luz y tiempo-
acongojada en lágrimas de luz
del Drim en los espejos.

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