CUENTO, de Carilda Oliver Labra




Yo era débil,
rubia, poetisa, bien casada.
Tenía deudas
y una salud de panetela blanca.
Hicimos una casa pobremente,
muchas ventanas:
para enseñar nuestros besos a las nubes,
para que el sol entrara.
 
La casa era tan bella
que tú nunca dormías.
Ya no eras abogado ni poliomielítico ni nada.
Nunca dije:
¿cuándo vas a poner esa demanda?
porque yo tampoco
cocinaba.
Fueron días
como no quedan otros en las ramas.
Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio:
tus gatos lo orinaban,
pero era tan feliz que no podía
decir malas palabras.
 
Ay, una tarde...
(septiembre tomó parte en la desgracia),
Ay, una tarde (Dios estaría sacando crucigramas);
 
ay, una tarde
pusiste tantas piedras en mi saya
que desde entonces ando inventándome la cara.
El cuchillo
tenía la forma de tu alma;
yo quería ser otra, hablar de las estrellas...
(sobraron noche y cama).
Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho:
tus gatos lo orinaban,
y era tan infeliz que no podía
decir buenas palabras.
 
Tarde en otoño.
Miré las sábanas amargas,
el jarro de la leche,
las cortinas,
y el crepúsculo me convirtió en su mancha.
(Yo era un clavel podrido de repente,
un canario botado).
Con empujones que lo gris me daba
entre temblores,
volví a la falda
de mi madre.
 
Pasaron tantas cosas
mientras yo me bebía la soledad a cucharadas...
 
Un viernes
—un viernes en que tu olvido me enterraba—
llegué a la esquina de la casa.
Estaba allí como una tumba diferente,
se veía otra luz por las ventanas.
Tuve miedo de odiar...
(Ya era hasta mala).
 
Pasaron tantas cosas;
el tiempo fue cosiendo mi mirada.
 
Ahora no pueden asustarme con los truenos
porque la luz me alza.
Ahora no pueden confundirme con un libro.
Soy la palabra recobrada.
 
¡Ríanse,
agujas que en mi carne se desmandan;
ríanse,
arañas que me tejen la mortaja;
ríanse,
que a mí, también, carajo, me da gracia!

(Vete,
dolor que lo menciona:
al innombrable se le pone tumba,
en paz quedamos
y luego va una por el mundo como quien nunca tuvo
cosas inmortales).
 
Estaba, sí, después del beso,
pidiéndole perdón a las paredes;
estaba como pariéndome otra vez,
como de niña bajo el vientre,
como palideciendo mucho,
como casi,
como empezando a ser
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.

Todo el naufragio se paró de pronto,
todo en octubre se hizo pan,
misericordia el tiempo.
 
Otoño,
estatua germinal del cuarto,
lúgubre hermosura de los huesos;
sin usarme,
sin yo misma,
naciendo a los temblores importantes,
a la pequeña abertura de la dicha
si llueve y canto;
más tú que nada,
médula del presagio,
sólo un negocio del asombro,
sólo un trémulo palacio donde goteaban
noes ineluctables,
sólo la música que escuchó el verdugo,
azucenado nervio,
estaba
cuando
desnudo y para siempre entraste bajo el agua.

Tengo que insistir en el psicoanálisis de los candidatos, por lo menos hasta que quedan cuatro sesiones semanales
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Si no hubiera habido nada de amor, ella me tendría que agradecer casi todo.
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No me nequé a nadie y, sin embargo, no me terminaron de hacer lo peor,
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Se queja de todo y yo no puedo decirle nada.

Cuando se renuncia hay que saberlo, se renuncia a nada.

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