MEMORIAL INDOLENTE, de Enrique Molina



                                        I

Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la
                  hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de 
                  su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para
                   descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas
                  humeantes de tótem y de aluvión de labios en las
                  mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las
                  dunas más tibias de la tierra
Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales 
                cautiverios de carretera que se desborda en tales 
                 luces de andén del fin del mundo en una niebla
                 de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de                  desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La dorable atracción de su masa conjurando unos vestidos
                 y unos cuerpos que caen como un ángel que 
                 desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de 
               éxtasis de una playa que se retuerce como el
               relámpago 
         
La mujer matorral de diálogos del viento y la noche
                la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de 
                delirio en las vastas llanuras de sus venas y su 
                contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el
             terror del amante entre sus brazos de hojas blanca   
              donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas            
              irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños
              o se funde a las lluvias
La viva mujer camal de cuerpo de adiós y de eclipse

II

En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna
    vez flotaron sobre mi rostro de pan de los campos 
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus
    ranuras la luna fangosa de los esteros a través del
    pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada 
    sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes 
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de 
    llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda
    esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre


  Ellas se movían en torno como la sombra de los árboles
  Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado
     de cosas imposibles y desconocidas ascendía de sus
     presencias y del halo de sus senos
  Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón 
     de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros
     tobillos entregados al rocío de la hierba
 El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de
     cigarra
 Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta
    el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
 Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos
    llenos de apariciones y catres donde de pronto se
    encendían los espejismos de la revelación en las
    penumbras del sexo
 La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían resplandecer las rosas ahumadas de su piel con
     todos los aceites de la pereza

 -¡Oh inmoladas!-

 Mujeres de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de
     un paraíso de concubinato y de éxodo planchadoras   
     acariciantes bailantas de miel negra allá lejos sonríen
     aún como el resplandor de grandes hojas doradas de
     tabaco la garganta y la nuca con un reverbero meloso
     que descendía hacia sus senos y sus nalgas
 Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un  
     murmullo de falsos rosarios recitados con el vino de las
     palmeras
 Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las 
     constelaciones

Danzaban

Y de sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar
   cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la
   tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por
   todos los azúcares del agua 
Perdiqas como el aliento pasional de sus axilas 
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las 
   derivas de esa provincia  invadiendo lentamente mi ser 
   con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón 
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la
                                                      [arena
por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la 
     lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable 
     horizonte que hierve en mis labios
                                                       
                                III

¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen
   insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como
   un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña
   mujer destinada a la evaporación y al insomnio
   sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu
   súplica la risa de esos cuerpos con sus diadema
   imaginarias en brazos siempre ajenos." ?

                                IV

La abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos 
    como la herida de un sol ajado a lo largo de un país
    vagabundo... ?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su
    rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una
     noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como 
    una llaga su lado de sombra

Todo vínculo es ola adiós desamparo

De todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo

Se revela una extensión desierta y sin memoria un plano
      lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro

                                                        V

Oh mi naturaleza violenta indiferente a las ratas de la
       salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor
   desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de 
   nacer y morir a cada latido en mi irreprimible 
   condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas
       de la marea si no fuera esa intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del 
       verdugo salva de todo límite a un águila de sangre

VI

Bajo su máscara de agravios ella avanza para juzgarte
       desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de 
      fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo de sus ojos
      con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo inestable qué desastres enamorados 
      conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia..

VII

Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro  de tu aliento entre los sentidos del sol entre la
      conjugación de naranjas de tu boca y esa luz de pinzas
      de cangrejo que asciende por tus piernas y tu médula
      como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué
     inmensa aventura que comienza condenado desde
     siempre a virar de improviso hacia una tierra indecisa Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma
     sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas' de
     pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad

VIII

Músculos de tensión embriagadora de tempestad donde
    la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos
     resúmenes de las violencias de tu corazón

Servidoras de polvo y de sueño

Sólo recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por
     la incandescencia de esos dones desesperados que
     atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la
     borda de un barco y ellas relucen con la belleza 
     tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la
     respiración y de la muerte del centelleo de la distancia y
     el temblor de una caricia más allá de todas las 
     apariencias humanas

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