LA LOCURA, de Miguel Oscar Menassa




 Hoy como nunca amé mi cuerpo en soledad.

Hoy como ayer fui el amante infernal.

Hoy no llegué muy lejos.
                          Caminé todo el día,
dando vueltas adentro de mi pieza.
Mi padre cantaba en árabe, con voz alta, hermosa. 
Ensayé algunos pasos.
Moví con ternura mis manos por delante de mi cara. 
Mis movimientos, eran sensuales y ligeros.

Arranqué de la higuera
las pequeñas brevas marinas y me tendí al sol.
Dejé que el desierto invadiera mi pieza.

Yo era el camello azul que galopaba,
sin agua y sin amor por el desierto.
Arena fugaz, me decía, y seguía galopando,
el tiempo se encorvaba sobre mis espaldas
y después, un paso de baile,
aquel movimiento como una ceremonia
y dejaba caer una joya a tus pies,
señora locura
              y tú,
                  prisionera envilecida en mi mirada, 
te arrastrabas entre las cadenas, mis lágrimas,
 -acero y piedra- y no podías,
salir de este poema.
Me arrastré contigo a tu compás.

Después forcejeando,
nos caímos por la ventana abierta,
hacia los cielos y nos estrellamos,
como se estrellan los grandes hombres,
las grandes mujeres contra la tierra.

Y nos besamos y reímos,
 de nuestra torpeza para volar.

Juntos,
llevados por la manía de acompañarnos,
pedimos limosna:

alas para estos pobres pájaros sin alas.

Y nos nacieron hijos
como nacen las grandes orquestas de la noche.
y brotaron de mis manos poemas,
como cataratas de silencio y nosotros,
seguíamos practicando en nuestra pieza,
el vuelo de los pájaros.

A veces lográbamos vuelo atómico,
tus ojos en la inmensidad marina
vagina motora,
volando contigo infinita,
golpe de amor contra la vida.

INSTANTE,
             instante
y perforabas la pared y huías,
siempre hacia el porvenir.

Antes de partir dejabas una flor,
 mirada de terror clavada en mi mirada.

Habrá catástrofe esta noche y cada vez,
 volabas más alto todavía.

En ese vuelo más allá del cielo,
 modificabas el rumbo de los astros celestes
 y el rumbo de los oscuros astros negros.

Instante,
          amado,
                 instante
 y el fin del mundo será nuestro.

Perlas como alcántaras, como toneles de pasión,
contra los ojos del timonel de los espacios.
Brillantes perlas de marfil cerrando el paso 
de la marcha del hombre,
                            hacia la muerte.

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