EL VERDADERO VIAJE, de Miguel Óscar Menassa




¡Cuidado! ¡Cuidado!
estamos a punto de naufragar.
Os habéis creído
que en transatlántico poderoso navegábamos
y sin embargo os digo:
mi vida es una pequeña balsa enamorada.

Veo surgir, es cierto, entre las sombras,
una luz que nadie apagará.
Formada de versos y perfumes como vientos insondables,
como una catarata de carne, abandonada,
que por fin encuentra su reinado.
                                              Reinado de nubes,
de antiguas fragancias y de fragancias inconcebibles.
Pequeñas balsas enamoradas siempre a punto de naufragar. 

Por ahora, toda pasión será remar,
hasta alcanzar el poema en ese movimiento.

Después, algún día, tendréis, 
en vuestra pequeña balsa enamorada vuestros grandes amores.

Remad, hasta quedar sin fuerzas y ahí.
comprenderéis el motivo de mi pasión.

Iremos, por los más bellos ríos y con el tiempo,
nos animaremos a los grandes océanos,
a la belleza de las borrascas plenas en el mar
y siempre, iremos; temerosos de desaparecer,
pequeños, en esa inmensidad que nos rodea,

Saber nadar o ser grandiosos, no servirá de nada,
para llegar, tendremos que mantener la balsa a flote
y nosotros mantenernos encima de la balsa,
Eso, todo el misterio.

Un día la balsa se partirá en mil fragmentos
y cada uno,
tendrá que aprender a sostenerse en pequeños maderos.

Si es posible el poema es posible la vida.

Remad, agonizad remando,
hasta sentir que solo es imposible.
Quedad sin fuerzas,
mirad cómo otros reman y yo mismo remo,
con las manos ensangrentadas por el esfuerzo,
sin descansar, hasta encontrar en ese movimiento el poema.
Y cada uno tendrá su pequeña balsa enamorada.
Dueño de su vida y de su muerte,
puede tenderse en la balsa para siempre,
no remar más y dejar que las aguas lo lleven por doquier.
Y algún otro, remando desesperadamente, al verlo,
escribirá un poema.

Remar en cualquier dirección tampoco sirve.

La tierra que promete la poesía siempre es la misma.
Se llega o no se llega.
                                 Ella necesita reyes, centauros.
sólo se deja sembrar por revolucionarios y fanáticos,
por hombres que en su tierra,
construyen su casa y su familia, sus grandes ilusiones.

El que repita lo hecho jamás la encontrará.

Remad para llegar a esa tierra como nadie ha remado
y os serán ofrecidos a vuestra llegada,
manjares que no fueron ofrecidos a nadie.
Y en las noches de desilusiones
cuando nada es posible en esa oscuridad,
pedid a los mayores que os cuenten,

de los grandes navegantes, sus antiguas hazañas,
en pequeño!; barquitos de papel.

Cada trecho recorrido tendrá sus peligros.
Nada será fácil para el poeta.
Vendrá el amor y habrá que enamorarse,
hasta sentir en la carne el último dolor.
Y al llegar a ese lugar,
habrá que enamorarse todavía más,
hasta sentir que la carne temblando es un poema.
Y así llegará la inolvidable noche, el día,
donde por un instante esa pasión será la poesía.

Frente a la duda no dejar de remar.

Tomar en nuestros brazos,
fortalecidos como garras por la crueldad del ejercicio.
a la persona amada y seguir remando,
si es necesario con los dientes.
Con el tiempo ella, también, hará ejercicio con nosotros.

Después de a dos, de a tres, de a todos,
rota la inmensidad de lo único,
                                            vendrá la muerte.

Y no valdrá ninguna valentía,
porque ella se jacta de haber matado,
a todos los valientes en el primer encuentro.

Y tampoco valdrá ninguna cobardía,
porque ella mata lo que huye.

Para encontrarse con la muerte, se necesita,
haber aprendido algo del amor:
Ni huir. Ni arremeter contra nada.
Aprender a conversar tranquilamente.
enseña el amor.

Cuando ella se acerque y venga por nosotros,
con su mirada inmensa como ella misma es inmensa,
dejarla acercar hasta que escuche,
nuestra respiración entrecortada por el encuentro.
Y ella, enternecida como es su costumbre,
nos tenderá la mano,
para que acompañemos a vuestra majestad,
al inmutable reino del silencio.
Ahí, cuando entregarse es lo más fácil, mirarla,
-en los ojos la inmensidad que le pertenece-
y decirle entre dientes:
Amada muerte, mi enamorada,
escribiré tu nombre en todas las paredes,
besaré sin temor tus labios,
como nunca ningún hombre lo ha hecho
y te amaré, verás, entre la sangre,
en las grandes catástrofes y también, te amaré,
cuando un blanco capullo reine en tu corazón.
La gran emoción que recorre su gran manto negro,
por encontrarse de golpe en un poema,
hace de la muerte una mujer.
Ella también terminará remando tranquilamente hasta
                                                                     [la orilla
y compartirá mi pan y mis amores
y volará por las noches para cobijar en su seno,
a los que ya dejaron de remar y volverá,
para encontrarse conmigo y contarme sus hazañas.
Como si cada vez fuera la primera,
volveré a respirar como respiran los atletas
y por haberlo aprendido de ella,
la miraré enternecido y le diré:
Mi muerte enamorada y ella,
                                         será feliz.

Después hay que seguir remando.

Ya nos preguntarán y nosotros diremos:
hemos estado con el amor
y hemos estado, también, con la muerte.
Al principio no nos creerán,
dirán que para el hombre es imposible.
Nos pedirán pruebas,
nosotros les demostramos como si les demostrásemos
                                                                     [el  cielo
algunos  poemas y conseguiremos con ese gesto.
que llegue hasta nosotros el tiempo de la burla.

Grandes embarcaciones que nada buscan,
 -porque creen tener-
 pasarán una y otra vez a nuestro lado.
 tratando de hundir con sus juegos,
 nuestra pequeña balsa enamorada.
Nos llamarán desde sus lujosas embarcaciones,
con los nombres con los que se nombran los
                                                            [desperdicios.
Poetas, Locos, Asesinos.
Y en la algarabía estúpida de sus juegos
,
todo será posible. Nos tirarán algunas piedras
y se dirán, nada os ofende y enfurecidos,
nos gritarán: Peleas ¡cobardes! defendeos.
y después de mil veces y otras mil,
con los ojos desorbitados por el cansancio
y también por la sorpresa de ver,
nuestra pequeña balsa enamorada siguiendo su camino
y nosotros, tranquilamente, sobre ella, remando.

Después de haber atravesado ilesos el camino de la
                                                                        [burla,
vendrá, os aseguro, el tiempo del oro.

Ellos, aburridos de sus propias risas,
querrán jugar a nuestro juego.
¿Cuánto cuesta esa madera a punto de pudrirse
que usáis de embarcación? y ¿cuánto vuestra vida?
¿cuánto esas viejas cartas de navegación?
y ¿cuánto esos poemas?

Cuestan, señor, lo que le cuesta a un hombre,
dejar de pertenecerse y entregarse al poema,
¿cuánto dinero cuesta eso?
                                        Todo y ninguno,
tal vez su propia vida, acaso,
¿cuánto dinero cuesta mi vida, entonces?
Todo y ninguno. Su vida son palabras como todas las vidas
y eso, tengo entendido, vale nada.
Y ¿cuánto dinero cuesta pensar así?
Todo y ninguno. Más bien hay que sumergirse,
remar y no esperar nada. Eso cuesta.
Sumergirse y no esperar nada, en las tinieblas,
hacia otra oscuridad mayor, el poema.

Una vez enamorados el amor y la muerte
y rechazados el oro y la burla por impuros,
vendrá y de ninguna parte,
-porque ella vivió siempre en nosotros-
la locura.
              El peor de todos los estrechos,
surge imprevista,
por ser ley de su destino, la sorpresa.
y no viene por ninguna pelea.
porque trae el deseo de trabar amistad con el poeta.

Y cuando llega nos dice entre susurros,
que su mundo y el mundo de la poesía, 
son el mismo mundo.

Frente a la duda hay que seguir remando.

Informe, se deja moldear por nuestras palabras,
y al tiempo ella, también, tiene su grandeza.
Yo soy del amor, nos dice, ese desenfreno
y la pasión eterna de la muerte.
Tengo por costumbre despreciar el oro,
y sin embargo,
las ansias por matar que generan sus leyes,
están intoxicadas de locura.
Ahí, ella y la poesía se parecen.
A instantes de juntarse en nuestra mirada,
como si fuesen una sola cosa,
la poesía, vieja loba de mar,
rema un trecho con nosotros; para mostrarnos,
que la locura, desde que llegó,
permanece en el mismo rincón de la pequeña balsa,
sin remar, recordando todo el tiempo su pasado.

Contentos de haber comprendido la diferencia,
encerramos a la locura en un poema
y seguimos remando hasta que un día,
convencidos de su torpeza para la navegación,
se la entregamos al amor y a la muerte,
                 para que la locura, aprenda a volar.

 

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