BAJO LA LUZ PRIMERA, de Vicente Aleixandre


        
 


A Leopoldo de Luis


Porque naciste en la aurora
y porque con tu mano mortal acariciaste suavemente la
                                            [tenaz piel del tigre.
y porque no sabes si las aves cruzan hoy por los cielos o
                           [vuelan solamente en el azul de tus ojo.
tú, no más ligero que el aire.
pero tan fugaz en la tierra.
naces, mortal, y miras
y entre solares luces pisando hacia un soto desciendes.

Aposentado estás en el valle. Dichoso
miras la casi imagen de ti que. más blanda, encontraste.
Ámala prontamente. Todo el azul es suyo,
cuando en sus ojos brilla el envío dorado
de un sol de amor que vuela con alas en el fondo
de sus pupilas. Bebe, bebe amor. ¡Es el día!

¡Oh instante supremo del vivir! ¡Mediodía completo! 
Enlazando una cintura rosada, cazando con tus manos
el palpitar de unas aves calientes en el seno,
sorprendes entre labios amantes el fugitivo soplo de la vida,
 y mientras sientes sobre tu nuca lentamente girar la
                                                                       [bóveda celeste. 
tú estrechas un universo que de ti no es distinto.

Apoyado suavemente sobre el soto ligero,
ese cuerpo es mortal, pero acaso lo ignoras.
Roba al día su céfiro: ¡no es visible, mas mira 
cómo vuela el cabello de esa testa adorada!

Si sobre un tigre hermoso, apoyada, te contempla.
y una leve gacela más allá devora el luminoso césped.
tú derramado también, como remanso bordeas
esa carne celeste que algún dios te otorgara.

Águilas libres, cóndores soberanos,
altos cielos sin dueño que en plenitud deslumbran,
brillad, batid sobre la fértil tierra sin malicia.
¿Quién eres tú, mortal, humano, que desnudo en el día
amas serenamente sobre la hierba noble?
Olvida esa futura soledad, muerte sola,
cuando una mano divina cubra con nube gris el mundo nuevo

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