DABA EL RELOJ LAS DOCE, de Antonio Machado


     

Daba el reloj las doce... y eran doce
   golpes de azada en tierra...
           ¡Mi hora! —grité— ... El silencio
    me respondió: —No temas;
         tú no verás caer la última gota
  que en la clepsidra tiembla.
           Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja
         y encontrarás una mañana pura
       amarrada tu barca a otra ribera.
 Las manos entregadas de Leopoldo Lugones
El insinuante almizcle de las bramas
se esparcía en el viento, y la oportuna
selva estaba olorosa como una
mujer. De los extraños panoramas
surgiste en tu cendal de gasa bruna,
encajes negros y argentinas lamas,
con tus brazos desnudos que las ramas
lamían, al pasar, ebrias de luna.
La noche se mezcló con tus cabellos,
tus ojos anegáronse en destellos
de sacro amor; la brisa de las lomas
te envolvió en el frescor de los lejanos
manantiales, y todos los aromas
de mi jardín sintetizó en tus manos.

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