PERSONAJE, de Cecilia Meireles

 

Tu nombre me es casi indiferente

Y ni tu rostro ya me inquieta.

 El arte de amar es exactamente

el de ser poeta.

 

Para pensar en ti, me basta

el propio amor que por ti siento:

Eres la idea, serena y casta,

nutrida del enigma del reflejo.

 

El lugar de tu presencia

es
un desierto, entre diversidades:

pero en ese desierto es en el que piensa

la mirada de todas las saudades.

 

Mis sueños viajan rumbos tristes

Y, en su profundo universo,

Tú, sin forma y sin nombre, existes,

Silencioso, oscuro, disperso.

 

Todas las máscaras de la vida

Se inclinan hacia mi rostro,

en la alta noche desprotegida

en que experimento mi gozo.

 

Todas las manos venidas al mundo

desfallecen sobre mi pecho,

y escucho el sonido profundo

de un horizonte insatisfecho

 

¡Oh! ¡que se borre la boca, la risa,

el mirar de esos rostros precarios,

por el improbable paraíso

de los encuentros imaginarios!

 

¡Que nadie y que nada exista,

De cuando la sombra en mí descansa:

-yo busco lo que no se avista,

de entre los fantasmas de la esperanza!

Tu cuerpo, y tu rostro, y tu nombre,

tu corazón, tu existencia,

todo- el espacio evita y carcome:

y yo sólo conozco tu ausencia.

 

Yo sólo conozco lo que no veo.

Y, en ese abismo de mi sueño,

ajena a todo otro deseo,

me descompongo y arreglo.

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