LAS VOCES, de José Portogalo



Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,

de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.

No es ésta una Elegía, camaradas.

Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias

como un torrente turbio de aguas que se desatan.

Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho de la grúa,

y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.

Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,

y allí dictan sus almas densas como una fiebre.

La voz negra destapa un cuerpo milenario.

Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.

Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.

De andar lento, seguro, como el de los rencores.

La voz negra disputa como un sol en los caminos.

No es el viejo lamento, la palabra humillada.

Es la selva que asalta gritando sus deseos.

En la copa del árbol con sus frutos maduros.

La raíz y la piedra con empujes vitales.

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