EL CONTINENTE SUMERGIDO, de Olga Orozco



Cabeza impar,

sólo a medias visible desde donde se mire

y a medias rescatada de un exilio sin fin en la cabeza de la bruma.

Es opaca por fuera,

impermeable al bautismo de la luz,

porosa como esponja a las destilaciones de la noche insoluble.

Pero por dentro brilla;

arde en un remolino de cristales errantes,

de chispas desprendidas de la fragua del sueño,

de vértigos azules que atestiguan que es la tumba del cielo.

Se supone que alguna vez fue parte desprendida de Dios,

en forma de tiniebla,

y que rodó hacia abajo, cercenada sin duda por la condenación de la serpiente.

Se ignoran los milenios y las metamorfosis,

Las napas de estupor que debió atravesar hasta llegar aquí,

girando como sombra de topo entre raíces,

avanzando después como un planeta ciego que se condensa en humo, en vapor, en eclipse.

Fue aspirada hacia arriba,

erigida en lo alto de un tronco a la deriva que apenas la retiene,

con dos cavernas sordas para escuchar la voz aue rompe contra el muro,

con dos estrías vanas para ver desde un “claustro la caída,

con un olor de bestia acorralada debajo de la piel,

con un sabor de pan sepultado entre ayunos,

y esta lengua insaciable que devora el idioma de la muerte en grandes llamaradas.

Cabeza borrascosa,

cabeza indescifrable,

cabeza ensimismada;

se asemeja a un infierno circular donde el perseguidor se convierte de pronto en perseguido,

siempre detrás de sí, o delante de mí,

que no sé desde dónde surjo a veces, aferrada a este cuello,

sin encontrar los nudos que me atan a esta extraña cabeza.

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