ADIÓS A LA SANGRE, de Rafael Alberti



Yo me decía adiós llorando en los andenes.

Sujetadme,

sujetad a mi sangre,

paredes,

muros que la veláis y que la separáis de otras sangres que duermen.

¿Yo me decía adiós porque iba hacia la muerte?

Ahora,

cuando yo diga ahora,

haced que el fuego y los astros que iban a caer se hielen.

Que yo no diga nunca esa palabra en los trenes.

Porque,

escuchad:

¿es vuestra sangre la que grita al hundirse en el agua con los puentes?

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