LA JOVEN ASESINA, de Rodolfo Alonso

 


Cernías en medio de tu frente las verdades forjadas por los otros, las grandes palabras devoradoras del riesgo y el temblor.
Tu presencia obligó al mundo a tomar nuestra medida, al viento a planear dulcemente sobre tu asombro.
Hasta estallar, hasta que de toda nuestra firme juventud
sólo quedó un gesto de sorpresa.
No hay consuelo para aquel que de improviso es apostado frente a su propia espalda.
No hay agua para sus maravillas ni tensión para su orgullo.
No hay tierras para él.
Dónde devolveré el resplandor con que marcaste mi aparición sobre la tierra, dónde abandonaré esta llave temible y luminosa cuyo único poder consiste en conservarse siempre tuya a lo largo del tiempo.
Tú mantenías la mirada firme en una sola dirección.
No sólo los claros años, los árboles, el aire; también la fresca seguridad de tu piel, las mareas invencibles de tu risa.
He jugado.
He perdido la flor de la aventura cuando creía cabalgar a su encuentro. 
Escucha, en la alta noche, los aullidos del solitario. El
ronda las huellas recientes de tus pasos que aún gimen en
la arena; él se ajusta a tu recuerdo, bebe el hálito acre que
has dejado vibrando en cada sitio, en cada gesto, en cada interminable noche.
Esta es la vida que admirabas.
Esta es la torre, el mar, la furia del paisaje; los abrazos violentos y obstinados, las dulces consecuencias.
Esta es la gran herida que va sorbiendo al mundo.
Duerme tranquila.
Esa sombra que en las noches te cubre y te acaricia es tu
imaginación.

Comentarios