EL TRÁNSITO, de Enrique Molina


¿Qué puede detenerse aquí?
El avión ha partido. Cien años después
están comiendo en la misma posada,
una fuente de mariscos y vino,
doña Rosa, mujer de don Manuel, negra y de grandes
nalgas,
vierte jugo de limón en el vaso de cachaza, junto al mar.
Te ha despertado el ruido del agua, lluvia caliente,
y vidrios empañados, palabras susurradas en la penumbra,
no se sabe de dónde llegan estas flores, muebles
desvanecidos,
y el eco del tiempo retumbando en la sangre lasciva.
Su cuerpo, con lentitud,
relata una larga historia, relaciones más o menos fortuitas
en playas o viajes, en casas de campo
con nocturnas hogueras,
y mutaciones, arrebatos, desconciertos, sorpresas.
Pero no como ausencia, como una sinfonía más bien,
una orgía
de apasionadas imágenes que llenan de un sueño,
de lluvias y cosas que brillan, un acorde
casi inhumano,
mientras enciende un cigarrillo.
Y sus pechos tan suaves para hablar de la muerte.
Así, a la orilla de un río, se está tendido en la hierba,
solitario de nacimiento,
pensando en su risa, lejos de la salvación eterna.

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