CANCIÓN CON LA MUERTE DE UN SUEÑO, de José Portogalo


I
Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente
en que la primavera da brillo a las hojas de los árboles
y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Oh, mis amigos:
Hoy me arranqué la piel de cordero de mi humildad
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.
Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.
Esto libre ¡libre! del sueño de los pobres.
Esa nube violenta que nos ciega los ojos.
Que nos tumba sobre un camastro de algodón
y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,
tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,
para soñar el pobre sueño de los pobres.
Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.
Amo con la conciencia limpia como la de los niños.
Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.
Porque me arranqué los sueños como guantes
-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-
y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.
Oh, mis amigos:
Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.
Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.
Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras
y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante
ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,
pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.
Y unas ganas tremendas de amar la vida.
Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.
Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.
(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:
Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana
y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos como en un caracol.
Ahora que los pregones de la calle
abren la piel transparente de esta mañana de primavera
y en mí nace un hombre que vosotros conocéis).
Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,
una vez me abrió su confianza como una puerta de amigo.
Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,
y me dí un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.
Porque era en mi libertad el niño más feliz del mund.
Oh, mis amigos:
Entonces yo sabía organizar revoluciones infantiles.
Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!
Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.
El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.
Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,
para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro pares frías de la ciudad
y vengarme de mi cotidiana amargura.
Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.
Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,
en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,
sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,
y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.
Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila
mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,
o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.
Oh, mis amigos:
Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,
y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.
II
Y es mi Elegía, camaradas:
la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.
Al sueño de los pobres lo arranque con tirabuzones de aliento
y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece
bajo este sol que tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras rubias de las muchas pobres que van a las fábricas.

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