LA POESIA, de Miguel Óscar Menassa

  


                I

 Entre la vida que no me pertenece, el amor

     y la vida que soy, la locura.
     La poesía,
     puede llenar todo ese vacío.

Hablaba siempre en silencio sin decirle nada.
Ella pensaba en el futuro.

Estábamos así,
sentados uno frente al otro desde hacía siglos.

Mi voz sonaba hueca
entre los perfumes violentos de sus nalgas,
abiertas como manantiales,
como vertientes cristalinas de rocío,
abriéndose al pequeño sol de la mañana.

Mi voz se perdía entre la acústica marea.

Sigilosos movimientos de su cuerpo,
vulva enamorada,
vulva de miel, diamante enfurecido,
espesa vulva azucarada,
sella en mis labios el silencio. 

Más que escuchar mi voz,
                             Ella,
seguía pensando en el futuro.
Cabalgando feroz en su locura,
yo soy ese pequeño sol de la mañana.

Rómpete,
como se rompe e] cristal haciendo música
y Ella se rompía sin escucharme.

Bailábamos.

Éramos como un hombre y una mujer bajando.

Ella me besaba las mejillas
y en ese ardor, yo le decía que la amaba.
Después,
éramos capaces de detener la música
para mirarnos, francamente a los ojos.

En silencio nos sabíamos famosos,
reyes del gesto,
opíparos comensales del amor,
                                  mirarnos,
era como amor.
                  Después, aún
seguimos danzando levemente.
Instante de las formas,
caídos, uno sobre el otro, yo no decía nada.
ella, era el futuro.

Escribiré en silencio
y la poesía,
alforja delirante,
silencio perenne que necesita mi voz para vivir,
llena mi vida de sorpresas.
Hiriente,
jactándose se su momentáneo poder
sobre mis nervios, habla para mí.

Yo soy Ella y Ella es la Poesía,
juntas,
como si nos hubiesen arrancado a la tierra,
de la misma raíz, ocupamos,
un solo espacio en tu corazón.


Somos el mismo tiempo.

Ella y la Poesía aman vestirse con las mejores sedas.
Joya marina, flor, diadema de locura,
brillos serpenteantes y topacios,
embravecidos de tanta luz,
para tu cuerpo momificado,
siempre igual, cada vez,
                          siempre diferente.

Nutren sus cuerpos manjares únicos.
Devorar limpiamente el universo y hacer el amor,
las enloquece.
Cuando cierran la boca para morir,
en silencio,
desean conocer de los sabores, uno diferente.

Siempre ambicionan estar en otros brazos
y una vez más,
doliente mueca sin sonido, comienza a latir.

Abre sus ojos y pregunta,
¿es el atardecer o la mañana?
Me desplomo a su lado,
para no perturbar el curso de sus sueños.
En silencio dejo de vivir.
                           Ella sueña,
y la noche se puebla de sonidos,
misterios, ardores de su cuerpo y la música.

Sus ronquidos son el bravío mar
y la torpeza de sus dientes,
entrechocándose en las sombras,
cataratas volcánicas de lejanía y nube.

Ruidos ardientes
anuncian el final de la ternura.
Trenes ensangrentados en la guerra,
chirriando, a veces, porque el dolor,
es inalcanzable.

Su piel,
         brutal enredadera,
                            trepa desordenada.
Bramido sideral,
hacia las concavidades más remotas,
hacia los más altos vericuetos.
amianto vespertino,
                      crece,
en el tumulto de los cielos, 
hacia un destino en llamaradas. 

Poesía de fuego,
ardiente vulva desgarrada,
Ella es la poesía,
                   dragón enamorado,
bocanada febril. Humo y ceniza.

Mujer de fuego, Poesía de fuego,
consumen vorazmente hacia los espacios infinitos,
el cuerpo del amor.

II

En plena noche, Ella sigue siendo mi luz
y descansar,
me parece absurdo en su presencia.

Ella produce luz cuando vibra su cuerpo,
cuando su cuerpo tiembla de volcanes perdidos,
de volcanes abiertos cual pestilente herida, 
escupiendo y llorando,
calientes tempestades de silencio.

Abro los ojos para verla temblar 
y Ella me enceguece con su luz.

Cuando su cuerpo recorre los escándalos de la noche, cuando su cuerpo se detiene, violín interminable,
en infinitas notas imposibles,

como una música loca de silencio
la luz, infinita luz, se enceguece a sí misma.

Al compás de los últimos movimientos de su cuerpo 
todo es gris.

Cuando la lluvia te parte el corazón,
como cuando en invierno,

las heladas razones del odio, en tu cuerpo,
hacen fracasar todo temblor, todo sueño.

Y el gris,
es más que la soledad,
   más que el silencio,
como cuando las piedras se defienden de las piedras, 
como cuando la noche estalla de oscuridad y sombras.

Reina la noche y, sin embargo,
Ella, todavía, es poesía.
                          Animal de luz,
bestia del tiempo baila para mí,
                                   última danza.

Se contornea y salta entre la muerte y la locura,
sin brusquedad, como danzando entre corales,
como danzando entre nubes ardientes de plenitud,

su cuerpo es el amor,

es el amor que nos lleva más lejos que la muerte. 
Amor de amores, más imposible, aún, que la locura.

Amor no sabe nada de la vida
es una carne abierta a las palabras más pequeñas.

Amor no reina sobre nada,
danza sin esperar respuesta,
como si la vida fuera su compás.
Furtiva,
entre la espesa niebla donde se pudre el tiempo, 
envuelta en mis palabras más hondas,
clavada o crucificada por el amor,
                                     sonríe,
abierta como una nube partida por el sol.

Yo era el inefable hombre de las cavernas,
buitre feroz, en busca de carroña,
caía, con toda mi destreza,
sobre tu pequeño tiempo muerto entre la niebla,
y me lo comía.

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