CARTA EN EL AGUA PERDIDA, de Dylan Thomas



(A Federico García Lorca)


Federico, por hombres como tú
se han inventado palabras como éstas:
Cítara, Plenilunio, Narciso, Encantamiento.
Y otras palabras más fuertes todavía:
Corcel, Lágrima, Destino, Sangre.
Y la que duele al párpado, la que penetra
por sí misma sin sosiego hasta el cielo:
Muerte.


¡Un monumento de aguas quisiera levantarte!,
porque pensando en ti me siento ahogado
por un espejo tinto en nieblas,
por un espejo que no dará descanso a mi alma
ni aún después de tener mil años muerta.


Porque tu nombre es ahora de esos
que dichos en voz alta suenan mudo,
tienes un nombre ya que nos castiga las entrañas
como ciertas noches lunares, en que sentimos
asomándoles ángeles y peces al barandal del cielo.


¡Sumergido en qué fuente, en qué escalera
con las manos enterradas, despierto para seimpre,
Federico, constatas lo increíble,
el vuelo eterno de una incansable mirada
que te alberga , que te baña en verde lo dedos
y vase hollando, sútil vase por azoteas frías
calculadas para jardines de un millón de años,
Federico, mirando impenetrable las verdaddes
en qué sitio te encuentras, bajo qué árbol
o en qué tecla de piano te escondes,
nunca, nunca sabremos si quien pasa
te lleva escondido en el pelo,
nunca, querido, nunca podremos jamás beber el agua
porque estarás parado junto a ella,
bajo el lazo infantil, bajo la ceja,
sobre la mano, Federico, responde,
señálate la piel, cierra con lso ojos,
Federico querido, sonámbulo, perdido!


Cuánto llueve debajo de los ojos!
Y todo intenta continuar siendo lo mismo,
las macetas pobladas de claveles, la tristeza
mordiéndote el aliento, todo pretende
mirar al sol de frente todavía, Federico, todo solloza
tuerto, tan incompleto como un día sin noche o sin mañana;
nadie se engaña sin ti, sin una estampa
que fue para la vida una vena regada
desde el Cielo ¡Federico, qué verso tan exacto
se nos queda pensando en qué vendrás!


¡Sólo en el sueño engendrado, derribando
hacia atrás hora tras hora, hasta encontrarte
blanco y hermosos en una torre de iglesia cordobesa,
y más atrás aún, hasta encontrarte
dormido en una cuna, Federico, galopando
gozoso el corazón, murmurando palabras oscuras,
signos limpios de cuerpo, de guitarras
desgajando sonrisas, carcajadas, los panderos
agitados desnudos por el viento, los corales,
campanillas para un niño que tenía
ojos de cascabel, ojos de muerto!


Te imagino desnudo por el agua
tiñiéndola de azul y de persona,
administrando primaveras,
con la palabra “infinito” entre los dientes
como si fuera una flauta o una manzana.
Te imagino, querido, revolviendo jardines de la Virgen,
virando de revés las Casas de los Ángeles,
buscando anheloso una entrada a la tierra, al ensueño
de muerte que es la vida, el Destino
colgado de la frente de Dios, como una rosa;
aquí la golondrina, el valle cierto, la fuente
donde brota un rojo punto de sangre desvestida
que es la Luna agorera, la impasible bandeja
de la muerte. Aquí ya tus caballo embridados
por senderos de estrellas, recios pechos
nutridos de quimera, un centauro apenas
si al abismo interpelara. Roto el espejo,
y más, rota la vena, con las crines
bordadas en silencio, en agua, en llanto, Federico,
presidiendo la lluvia, el nacimiento
de un geranio negro, de una palmera tejida en alabastro,
con todo el cielo dispuesto para el llanto,
desesperado, ciego, acometiendo nubes, inpetrando
lágrima, corcel, destino,sangre.


¡Federico! ¡Qué oscura suena la voz cuando te nombra!
Una campana suena, una campana hacia adentro buscando corazón.
Una flecha, querido, te rescata,
isla alargada, isla de niebla, isla concreta,
como ese dolor que pone la belleza en los ojos del hombre,
como esa mansedumbre que tienen al morir los ruiseñores.
Si vieras, querido, cuánta fiesta persiste por la tierra,
cuánta mirada de un dios o de una fuente nos asalta todavía,
Federico, nacido en tiempo impropio, como el lirio
sembrado a la orilla del mar como la espera dedicada
a un recuerdo cegado por la lluvia, Federico, dirías,
dejadme el corazón, dejadme el sueño.


Una esfera de amor, un firmamento nevado de esperanza,
el pórtico del sueño, la esperanza otra vez, los cristales
de un mar insospechado, aquella gran neblina que se agita
perdiéndose en la noche, la alborada fraguada por el llanto,
cuando respira camino hondo de la tierra,
la sangre, Federico, la luz, la huella eterna
que nos duele a los hombres por las venas
como duelen al cielo las estrellas. Dejo,
querido, el recuerdo, por velos, por afanes,
mecido entre tus ojos, ojos de cascabel,
ojos de muerto insomne, presentido en el rostro
de los niños, en la tenue armonía de la lira
pulsada por la voz de la fuente, por el sesgo
de un cabello, desde el ciel.


Como un sacramento te devuelves
por sobre playas colmadas de geraneios,
Federico, en cuatro sílabas, los cuatro puntos cardinales
que más luego son mil, son infinitos,
uno de tus cabellos, una sonrisa tuya
cuelga de las manos sagradas de la Aurora,
y tú sigues mirando,
mirando cómo Dios remueve el verde
Y cómo nace aún tanta belleza
que la tierra se llama Federico

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